martes, 6 de octubre de 2009

El estilo Conservador. 3ra Parte. Emilio Hardoy

Nunca nadie los ha visto humillarse ante nadie y tampoco, por lo tanto, ante las masas o los dictadores. Veneran la Constitución que es su obra, porque ven en ella al pueblo convertido en una Nación y porque han instaurado una forma superior de la convivencia.
Son prácticos, a veces escapan a los vericuetos reglamentarios, pero acatan el espíritu de la ley. Si gobernar fuera nada más que cumplir la letra de la norma, en lugar de aplicarla para que sirva a los fines que determinaron su sanción, sería mucho más fácil la tarea del estadista. Recuérdese la intervención de Pellegrini en un Gran Premio Nacional corrido en el Hipódromo de Palermo. Para evitar que se despojara del triunfo al mejor caballo y que la multitud se desmadrara, aplicó su bastón a la balanza para equilibrar el peso que por azar había perdido el jinete triunfador.
Los grandes hombres de los conservadores fueron verdaderos estadistas, y aunque algunos llegaron al poder y otros no, todos sin excepción sabían gobernar. Les cuesta mucho apartarse de la verdad y aman la controversia de las ideas más no son ajenos a la influencia de los sentimientos.Una combinación de Alsina, Pellegrini, Ugarte y Moreno sería la síntesis de un perfecto conservador, que preferiría la evolución fecunda y el acuerdo inteligente a la ruptura brutal y la intransigencia estéril.
Es fundamental comprender que nada hay más alejado de los conservadores que un "doctrinario", calificativo que se aplicó por primera vez en Francia durante la Revolución de los partidos de los Borbones. Se definió entonces a un "doctrinario" como un "ser abstracto e insolente", "insoportable por la altanería y la insistencia de sus críticas".
Lo que más se acercó a un "doctrinario" entre nosotros ha sido un unitario, según la descripción de Sarmiento: "El unitario tipo, marcha derecho, la cabeza alta, no da vuelta, aunque sienta desplomarse un edificio; habla con arrogancia, completa la frase con gestos desdeñosos y ademanes concluyentes; tiene ideas fijas, invariables, y en la víspera de una batalla se ocupará todavía de discutir en toda forma un reglamento o de establecer una nueva formalidad legal (...). Es imposible imaginarse una generación más razonadora, más deductiva, más emprendedora y que haya carecido en más alto grado de sentido práctico".
"En verdad hay muchos "unitarios" contemporáneos que opinan sobre política desde la torre de marfil que alberga una suficiencia inaguantable, hecha de información estadística y desconocimiento de la vida"

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