lunes, 15 de noviembre de 2010

Revolución ética

Por: Ma. del Valle Alvarez Gelves
Periodista


Da la sensación que la Argentina está comenzando a despertar de la pauperización institucional en la que estuvo sumergida durante estos años de democracia.
La libertad devino en libertinaje político; se utilizaron los medios y las estructuras del Estado para fines propios y se exaltaron las miserias humanas a través de la compra de voluntades.
Varias generaciones hemos crecido sometidas a la sombra de una forma de hacer política donde la deshonestidad, la corrupción, el robo, el clientelismo y los negociados fueron la norma. Sin dudas los gobiernos kirchneristas han representado el paradigma de ese modelo.
Sin embargo, este fin de semana, sorprendieron las declaraciones de la Sra. Hilda “Chiche” Duhalde quien señaló que “la sociedad está harta y yo también estoy un poco harta de la política”. No es el momento ni el objetivo de este artículo buscar las razones y las responsabilidades que el matrimonio Duhalde tuvo en ese estado de cosas.
Por su parte, la Sra. Lilita Carrió, además de abordar el tema de los sobornos en el Parlamento, insistió en que es necesario rescatar la decencia, los valores y el republicanismo como la forma actual de hacer política.
Creemos que es tiempo de construir un nuevo proyecto de país buscando en la honestidad el punto de unión que aglutine el reclamo a gritos de la sociedad. Una revolución ética que permita gestionar políticas de Estado sobre la base del crecimiento y el desarrollo social que es lo que necesitamos ahora.
Es imposible poner en práctica una acción positiva sobre la base de la amoralidad, la ausencia de moral.
Quizás sería bueno replantearse la idea de país desde esa perspectiva: a pesar de lo utópico que puede resultar, desde el modelo de la honestidad y la transparencia en la gestión pública.
En ese sentido es imperativo iniciar la revolución del mérito, del esfuerzo productivo, de la preparación académica en todos los niveles; en fin, una revolución ética para salir del estancamiento y de la corrupción. Un nuevo contrato moral.
Las diferencias partidarias podrían quedar momentáneamente de lado visto y considerando que la honestidad sería el valor supremo, el requisito principal de esta nueva era política.
Somos muchos los que sentimos impotencia por la falta de valores, por el atropello al sistema republicano y federal, por la forma prebendaria y prostibularia que se utiliza para hacer política.
Estamos hartos de esta clase dirigente corrupta –que ni siquiera renueva sus nombres- y que le exige a la sociedad cada vez más obligaciones mientras que sus cuentas crecen progresiva y groseramente.
Hartos de esa casta política que disfruta del gozo y de los privilegios de los cargos públicos logrado a fuerza de obsecuencias.
La mediocracia ha combinado letalmente la corrupción moral con el poder de los negociados y generó una clase dirigente que se siente dueña de un país al que consideran como propio y manejan antojadizamente.
Los políticos, sindicalistas y las bases partidarias se convirtieron en una fuerza de choque; son “barras bravas” y no instrumentos al servicio del sistema republicano. Desacreditan a quienes proponen una alternativa política más honesta con un lenguaje de barricada impropio de quienes ostentan funciones institucionales.
Usurpadores de un estilo de vida, reemplazaron los valores culturales nacionales por un código mafioso donde impusieron la ley del silencio a fuerza de sobornos, coimas y actitudes patoteriles.
Quizás una nueva época esté asomando en el horizonte nacional.
Tal vez no seamos nosotros los depositarios de esta nueva realidad. Sin embargo ya es alentador saber que comienzan a surgir con más fuerza las voces de la disconformidad y la denuncia.
Nos hemos dejado anestesiar; hemos aprendido a convivir con la corrupción política. Con las falsas promesas.
Tal vez la revolución ética esté golpeando las puertas de este sistema democrático envilecido y corrupto. Tal vez en este Bicentenario todavía podemos creer que algo va a cambiar.-

2 comentarios:

  1. Los políticos contemporáneos en Argentina han desterrado el pensamiento conservador como expulsando un cuerpo extraño al que resisten con duro resentimiento, con la bajeza del hombrecillo inferior que observa acomplejado desde su culpa. Han dibujado una caricatura grotesca del Conservador, oligarca, terrateniente, fraudulento, militar, católico y prepotente sin haber conocido uno solo en su miserable vida, sin haber transitado una vez en su vida por las asambleas en Rodríguez Peña, viendo los semblantes de hombres y mujeres conservadoras que nada tienen que ver con aquélla caricatura pergeñada por los miserables que se arrogan un progresismo que ni siquiera entienden. Esta horda de parásitos autotitulados progresistas, que invaden desde la política hasta los sindicatos, es el daño colateral de una persistente penetración ideológica distorsionada, desenfocada, tergiversada y cargada de oscuro resentimiento. Se sorprenderían y tratarían de ocultarlo por la fuerza si se hiciera una consulta en el conurbano y comprobaran que el argentino, desde el más careciente al más pudiente, es en esencia un conservador, por que defiende la propiedad privada, por que no quiere otra cosa que ganarse su dinero por sus propios medios, por que sueña un futuro próspero para sí y para sus hijos, por que aspira a no necesitar una jubilación ni una pensión, por que trabaja para enviar a sus hijos a la mejor escuela o Universidad, por que ama la libertad que poco a poco se le va cercenando, por que percibe en su ignorancia que está prontuariado con un documento desde su nacimiento y el ojo del Hermano Mayor lo persigue con información privada, no siempre veraz, a dondequiera que vaya. El hombre argentino cree en Dios, en la Familia, y ama a su Patria, pero sabe que será difícil seguir el brazo de su madre, que señaló la ruta iluminada.

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  2. Gracias por el aporte, José Manuel. Un saludo cordial.

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