Por: Ma.del Valle Alvarez Gelves
Periodista
Si en Argentina hiciéramos una estadística respecto del vocablo que más se utiliza entre los miembros de la sociedad creo que, sin temor a equivocarme, que la palabra “traición” figura entre las primeras del ranking.
Los políticos nacionales en general, el ahora ex DT de la selección de fútbol o los “mediáticos” devenidos en “artistas” gracias a la influencia de la TV, utilizan sistemáticamente la palabra traición para agredir o denostar a aquellos que eligieron un camino propio, fuera de su órbita de acción.
De esta manera subyace entonces la idea de que aquellas personas que tienen opiniones propias - por recurrir al inalienable derecho a la libertad de pensamiento - y las emiten quedan expuestos a ser traicioneros (con toda la carga negativa que el término en cuestión conlleva implícitamente); en síntesis, que de acuerdo a los “códigos” que utilizamos en la Argentina de hoy, la “traición” no deviene de estar “a favor de” las propias ideas (lo cual sería más que loable y hasta necesario diríamos porque entonces estaríamos hablando de coherencia) sino de estar “en contra de” una persona. Y lo más lamentable es que se utilicen palabras más propias de la mafia que de una sociedad madura y desarrollada para referirse a aquellos que opinan diferente y son consecuentes sus ideas.
Siguiendo esta línea de pensamiento no es de extrañar que en nuestro país se hable de “códigos” y no de “valores” como parte de la tergiversación cultural e idiomática a la que nos vemos expuestos desde hace varias décadas hasta la actualidad, situación que se ha agravado en los últimos años.
La palabra “valores” conlleva implícita la idea de lo trascendental en relación a las modas de una época en tanto que los “códigos” varían según las circunstancias sociales. Si los personajes públicos se manejan de manera mafiosa el discurso, necesariamente, será mafioso. Si los personajes públicos honran sus propias vidas con valores trascendentes el discurso –y aún a pesar de que uno pueda discrepar- será valorado.
Creemos firmemente en la pluralidad de ideas, en el derecho a pensar libremente, en poder actuar de acuerdo a nuestros propios valores y en consecuencia, nadie tiene derecho a acusar a nadie de “traicionero” porque le estaría negando la potestad más sublime que tiene el Ser Humano y es la libertad de elegir.
Argentina hoy
Como ejemplo práctico de esta situación vale la pena destacar una definición del Dr. Massot en su libro “La excepcionalidad argentina, auge y ocaso de una Nación” en la que subraya que “en el país de los argentinos, la República fue secuestrada y reemplazada por una partidocracia madurada al amparo del derroche de los dineros públicos y de una corrupción imposible de acotar.
La diferencia de las naciones más desarrolladas…respecto de la nuestra reside en el tejido de complicidades, lealtades corporativas, pactos secretos y la ley del silencio que, a falta de otro término mejor, es pertinente llamar impunidad”. Los gobiernos se sucedieron a la par que la corrupción se ha ido incrementando “con la particularidad de que, transcurrido el tiempo, los vicios cambiaron: antes se robaba individualmente ahora la corrupción se ha hecho movimientista…. Antes la corrupción era sinónimo de delincuencia y quienes eran descubiertos se pegaban un tiro; hoy el delincuente supone que quedarse con un vuelto ajeno es una merecida recompensa por los sinsabores de la función pública”.-
Amo el "estilo conservador", grato a nuestros grandes hombres -ajeno a los charlatanes de la feria electoral como a los doctrinarios de nuevo cuño-, que exhiben buen gusto sin estiramiento ni empaque, muy nuestro, con señorío criollo y que, en todos los momentos, aún en los más solemnes, tiene algo de vital y espontáneo; un estilo, en fin, para hombres, condición esta última que saben asumir ahora en política también nuestras mujeres correligionarias- E. Hardoy
jueves, 29 de julio de 2010
domingo, 18 de julio de 2010
EL JUEGO DEL MIEDO
Por: Ma. del Valle Alvarez Gelves
Periodista
En consonancia con la nota editorial publicada por el Diario La Nación, reproducimos un artículo escrito en Mayo de 2009.
El presidente consorte del actual gobierno sigue recurriendo al discurso del miedo como una manera de intimidar a los ciudadanos. Ignorante de la psicología humana y convencido que la evocación de capítulos trágicos de nuestra historia reciente le van a generar esos votos que necesita para sostener la hegemonía de su autoritario sistema, el marido presidencial utiliza golpes bajos para la campaña legislativa con proyección a las presidenciales 2011 la cual, según pasan los días, se le va tornando más adversa debido a la suciedad en la que la ha sumergido.
Sin embargo y ante esa actitud desaforada e irracional que transmite en cada una de sus alocuciones nos preguntamos quién es el que tiene miedo. Porque no podemos obviar que cuando alguien intenta dominar la voluntad de otros a través de ese artero sentimiento sólo pone en evidencia su propia debilidad y temor y su incapacidad para reconocer sus propias incertidumbres.
El miedo es el arma más baja y ruin que puede utilizar alguien para dominar la voluntad ajena. Especialmente porque el miedo paraliza a quien lo padece. Reconozco que no por mucho tiempo pero el tiempo en que lo hace anula la capacidad de reacción del sometido impidiendo su libre determinación y se necesita mucha fuerza de voluntad y coraje para salir de ese estado de cosas.
Néstor insiste una y otra vez en que “estarían en riesgo la gobernabilidad y el sistema democrático” como un mensaje claro regado de terror al que acompaña con gestos, miradas y tonos acorde al mismo.
Sin embargo, hay algo en lo que coincido con Kirchner porque, efectivamente, volveríamos a décadas pasadas si se insiste en votarlo después de leer sus discursos. Porque, si mal no recuerdo, fue el mismo ardid al que apeló el Dr. Alfonsín –ahora encumbrado en los altares de la Patria- cuando el gobierno de entonces comenzaba a mostrar signos de debilidad y de incapacidad para gobernar y resolver los asuntos críticos que asomaban en su gobierno.
Un líder verdadero, lejos de apelar al temor para cosechar adhesiones que lo sigan en un proyecto, debería procurar sembrar la esperanza y el buen entendimiento aunando voluntades en torno a nobles ideales donde, indudablemente, el sacrificio, el esfuerzo, la discusión de las ideas y los objetivos claros forman parte de la ingeniería del triunfo.
Porque el temor, lejos de motivar, es un gran inmovilizador en la dinámica del crecimiento como lo son la mentira, la manipulación y la apelación recurrente a esas imágenes negativas que quedan archivadas en la memoria individual de la experiencia de cada uno.
¡Pero no!
Una vez más el presidente consorte se quedó en la retórica setentista que intimidaba, asaltaba, y paralizaba a la sociedad con el miedo.
A los ciudadanos nos cabe entonces la obligación intelectual, si queremos ver a nuestro país prosperar, de tomarnos el tiempo necesario para hacer un análisis de los discursos pre electorales –si es que alguno tuviera contenido o ameritara el esfuerzo- porque luego vienen las decepciones y resulta que “nadie lo votó”.
Porque no son los slogans propagandísticos –más propios de las dictaduras comunistas que de los sistemas republicanos y democráticos- con los que se gobierna un país aunque ellos movilicen y convoquen multitudes. En todo caso se necesitan programas serios de gobiernos, capacidad dirigencial y administrativa.
La pregunta clave para este acto eleccionario es: ¿queremos este modelo de país que nos propone la dupla presidencial donde la libertad de prensa está condicionada a los intereses gubernamentales, donde con nuestros fondos pagamos una campaña presidencial, donde se utilizan los recursos del Estado para fines partidarios, donde aparecen candidatos que se saben, no van a asumir, donde se manipula a la opinión pública con mentiras políticas, donde se manipulan las estadísticas, en fin… que vivimos en un sistema construido sobre la base de la mentira ?
Y además, ¿queremos un país más cercano a los intereses de países tercermundistas que de las economías desarrolladas?
La historia argentina ha dado sobradas muestras de valor a través de aquellos que concibieron nobles ideales como movilizadores de sus actos. Siendo que el valor no es más que una decisión que tomamos en las encrucijadas, como leí alguna vez en algún libro, creo que la Argentina actual reclama un compromiso serio de nuestra parte con aquellos ideales que hicieron grande a la Nación.
Sin ideales nobles y convicciones firmes es imposible confrontar con la mediocridad de los discursos políticos que bajan de la autoridad central. Pero esos ideales y esas convicciones deben ser el producto de una reflexión tranquila y no el atropellado soliloquio de quien se deja dominar por arengas vacías de contenido y motivadas por el odio y el resentimiento de quien ve que va perdiendo su poder.
Aunque suene recurrente creo que el problema fundamental que padecemos los argentinos es seguir esperando con la vaga esperanza de que algo va a cambiar aún a sabiendas de que no hay fundamentos sólidos para que ello ocurra.
Los cambios, necesariamente, parten de las convicciones que cada uno tenemos cifradas sobre lo que queremos para nuestras propias vidas. Pero para ello hay que tener el valor necesario para sostenerlas y ser consecuentes con las mismas. Para eso dispongo de la libertad. Para elegir los valores que van a guiar mi vida y renunciar a alguna circunstancia si la misma afecta mi ideal de vida.
Pero no es el miedo el sentimiento que debe primar sobre a la libertad de elección y de opinión. Porque la fortaleza de cada uno reside siempre en sus convicciones y son éstas las mejores protecciones antes el avasallamiento de quien intenta imponernos su voluntad e imprimir su propio temor y cobardía en nuestras vidas.
Ahora, si las convicciones ciudadanas individuales están basadas en la falta de ideales altruistas, en la cobardía para hacerlos públicos, en el temor a los poderosos, en el miedo a perder las prebendas de quien intenta corrompernos, entonces, ¡Dios nos libre! y ya sabemos cuál va a ser el resultado de estas elecciones.
Confío en la madurez del pueblo argentino a la hora de elegir en la próxima elección.-
Periodista
En consonancia con la nota editorial publicada por el Diario La Nación, reproducimos un artículo escrito en Mayo de 2009.
El presidente consorte del actual gobierno sigue recurriendo al discurso del miedo como una manera de intimidar a los ciudadanos. Ignorante de la psicología humana y convencido que la evocación de capítulos trágicos de nuestra historia reciente le van a generar esos votos que necesita para sostener la hegemonía de su autoritario sistema, el marido presidencial utiliza golpes bajos para la campaña legislativa con proyección a las presidenciales 2011 la cual, según pasan los días, se le va tornando más adversa debido a la suciedad en la que la ha sumergido.
Sin embargo y ante esa actitud desaforada e irracional que transmite en cada una de sus alocuciones nos preguntamos quién es el que tiene miedo. Porque no podemos obviar que cuando alguien intenta dominar la voluntad de otros a través de ese artero sentimiento sólo pone en evidencia su propia debilidad y temor y su incapacidad para reconocer sus propias incertidumbres.
El miedo es el arma más baja y ruin que puede utilizar alguien para dominar la voluntad ajena. Especialmente porque el miedo paraliza a quien lo padece. Reconozco que no por mucho tiempo pero el tiempo en que lo hace anula la capacidad de reacción del sometido impidiendo su libre determinación y se necesita mucha fuerza de voluntad y coraje para salir de ese estado de cosas.
Néstor insiste una y otra vez en que “estarían en riesgo la gobernabilidad y el sistema democrático” como un mensaje claro regado de terror al que acompaña con gestos, miradas y tonos acorde al mismo.
Sin embargo, hay algo en lo que coincido con Kirchner porque, efectivamente, volveríamos a décadas pasadas si se insiste en votarlo después de leer sus discursos. Porque, si mal no recuerdo, fue el mismo ardid al que apeló el Dr. Alfonsín –ahora encumbrado en los altares de la Patria- cuando el gobierno de entonces comenzaba a mostrar signos de debilidad y de incapacidad para gobernar y resolver los asuntos críticos que asomaban en su gobierno.
Un líder verdadero, lejos de apelar al temor para cosechar adhesiones que lo sigan en un proyecto, debería procurar sembrar la esperanza y el buen entendimiento aunando voluntades en torno a nobles ideales donde, indudablemente, el sacrificio, el esfuerzo, la discusión de las ideas y los objetivos claros forman parte de la ingeniería del triunfo.
Porque el temor, lejos de motivar, es un gran inmovilizador en la dinámica del crecimiento como lo son la mentira, la manipulación y la apelación recurrente a esas imágenes negativas que quedan archivadas en la memoria individual de la experiencia de cada uno.
¡Pero no!
Una vez más el presidente consorte se quedó en la retórica setentista que intimidaba, asaltaba, y paralizaba a la sociedad con el miedo.
A los ciudadanos nos cabe entonces la obligación intelectual, si queremos ver a nuestro país prosperar, de tomarnos el tiempo necesario para hacer un análisis de los discursos pre electorales –si es que alguno tuviera contenido o ameritara el esfuerzo- porque luego vienen las decepciones y resulta que “nadie lo votó”.
Porque no son los slogans propagandísticos –más propios de las dictaduras comunistas que de los sistemas republicanos y democráticos- con los que se gobierna un país aunque ellos movilicen y convoquen multitudes. En todo caso se necesitan programas serios de gobiernos, capacidad dirigencial y administrativa.
La pregunta clave para este acto eleccionario es: ¿queremos este modelo de país que nos propone la dupla presidencial donde la libertad de prensa está condicionada a los intereses gubernamentales, donde con nuestros fondos pagamos una campaña presidencial, donde se utilizan los recursos del Estado para fines partidarios, donde aparecen candidatos que se saben, no van a asumir, donde se manipula a la opinión pública con mentiras políticas, donde se manipulan las estadísticas, en fin… que vivimos en un sistema construido sobre la base de la mentira ?
Y además, ¿queremos un país más cercano a los intereses de países tercermundistas que de las economías desarrolladas?
La historia argentina ha dado sobradas muestras de valor a través de aquellos que concibieron nobles ideales como movilizadores de sus actos. Siendo que el valor no es más que una decisión que tomamos en las encrucijadas, como leí alguna vez en algún libro, creo que la Argentina actual reclama un compromiso serio de nuestra parte con aquellos ideales que hicieron grande a la Nación.
Sin ideales nobles y convicciones firmes es imposible confrontar con la mediocridad de los discursos políticos que bajan de la autoridad central. Pero esos ideales y esas convicciones deben ser el producto de una reflexión tranquila y no el atropellado soliloquio de quien se deja dominar por arengas vacías de contenido y motivadas por el odio y el resentimiento de quien ve que va perdiendo su poder.
Aunque suene recurrente creo que el problema fundamental que padecemos los argentinos es seguir esperando con la vaga esperanza de que algo va a cambiar aún a sabiendas de que no hay fundamentos sólidos para que ello ocurra.
Los cambios, necesariamente, parten de las convicciones que cada uno tenemos cifradas sobre lo que queremos para nuestras propias vidas. Pero para ello hay que tener el valor necesario para sostenerlas y ser consecuentes con las mismas. Para eso dispongo de la libertad. Para elegir los valores que van a guiar mi vida y renunciar a alguna circunstancia si la misma afecta mi ideal de vida.
Pero no es el miedo el sentimiento que debe primar sobre a la libertad de elección y de opinión. Porque la fortaleza de cada uno reside siempre en sus convicciones y son éstas las mejores protecciones antes el avasallamiento de quien intenta imponernos su voluntad e imprimir su propio temor y cobardía en nuestras vidas.
Ahora, si las convicciones ciudadanas individuales están basadas en la falta de ideales altruistas, en la cobardía para hacerlos públicos, en el temor a los poderosos, en el miedo a perder las prebendas de quien intenta corrompernos, entonces, ¡Dios nos libre! y ya sabemos cuál va a ser el resultado de estas elecciones.
Confío en la madurez del pueblo argentino a la hora de elegir en la próxima elección.-
Editorial del Diario La Nación de Argentina
La política del miedo y la mentira
Los que luchan por preservar los valores republicanos amenazados deberán unirse y denunciar todo atropello autoritario
El doble discurso y el falseamiento de las estadísticas han estado con frecuencia entre las herramientas predilectas del gobierno kirchnerista para captar adhesiones y sumar poder.
Abundan los ejemplos de estas prácticas a lo largo de los últimos años. Alguna vez, por ejemplo, la presidenta Cristina Kirchner, al justificar su reforma previsional, insistió en que se buscaba "proteger" a los aportantes a las AFJP de los malos manejos de sus fondos jubilatorios por éstas. Ocultó, entonces, que el Estado obligaba a las administradoras a que tuvieran en sus carteras títulos públicos ajustables por una variable, como el costo de vida, manipulada hacia abajo por ese auténtico instituto nacional de la mentira en que se transformó el Indec.
Es difícil creer una sola palabra de nuestros gobernantes cuando el descaro para adulterar las estadísticas oficiales del país es tan evidente y es, al mismo tiempo, legitimado desde lo más alto del poder político.
El colmo se produjo pocos días atrás, cuando se descubrió que en el organismo nacional de estadísticas se habían borrado las subas salariales producidas en el sector privado formal durante la presidencia de Eduardo Duhalde, aparentemente para simular mayores logros de su sucesor, Néstor Kirchner.
Quienes hoy conducen los destinos del país desde la Casa Rosada han hablado a menudo de la importancia del federalismo, pero pocas veces se asistió a una tan grande concentración de recursos en manos del gobierno nacional que no se coparticipan con las provincias. También han hecho de los derechos humanos y de la lucha contra la impunidad una bandera, pero se preocuparon por dejar fuera de cualquier revisión de nuestro pasado trágico los delitos de lesa humanidad contra la población, que llevaron a cabo guerrilleros que hoy gozan del apoyo oficial.
Las flagrantes mentiras acerca de los fondos de Santa Cruz y las vinculadas con otros sonados casos de corrupción, como el de las valijas venezolanas, son lo suficientemente graves como para desacreditar a un gobernante.
Sin embargo, entre los ejemplos de dobles discursos como instrumento central en el proceso de acumulación de poder, hay uno que depara las mayores desilusiones y los peores efectos para el objetivo de constituir la unión nacional que predica el Preámbulo de nuestra Constitución. Es la aparente vocación que el matrimonio presidencial dice sentir por el diálogo y la discusión de ideas, tal vez una de las mayores muestras de hipocresía política de las que hayamos sido testigos en los últimos tiempos.
El diálogo y la discusión de ideas jamás pueden darse en un gobierno que ha considerado al principio de división de poderes como un obstáculo burocrático para la tarea de gobernar, y que nunca ha demostrado capacidad para la búsqueda de consensos y la formación de políticas de Estado.
Frente al veredicto de las urnas registrado el 28 de junio de 2009, en el que la mayoría de los ciudadanos rechazó un estilo signado por la crispación y reclamó un reencuentro de los argentinos, los Kirchner no sólo desoyeron ese pronunciamiento popular, sino que reafirmaron sus peores vicios con la insólita argumentación de que la gente votó a favor de "la profundización del modelo".
Lo cierto es que, después de la lección de las urnas y de las tristes enseñanzas que dejó el prolongado conflicto entre el Gobierno y el campo, la pareja gobernante profundizó lo peor del modelo.
El abuso de poder y la provocación fueron una constante desde entonces. Apartarse del discurso único del oficialismo pasó a ser "destituyente". La fundada sospecha de que los teléfonos y los e-mails de muchos puedan ser intervenidos desde el poder central pasó a ser habitual, como lo admitió el ex jefe de Gabinete de Néstor Kirchner, Alberto Fernández. La presunción de que la información sobre cada ciudadano medianamente influyente que cuestiona las políticas gubernamentales pasó a engrosar carpetas que los organismos de inteligencia oficiales tienen listas para usar como una forma de presión es mucho más que una sensación.
El afán intervencionista en la economía dio lugar a toda clase de arbitrariedades por parte de organismos de regulación y control, de presiones y hasta de amenazas personales contra hombres de empresa, que en ciertos casos se caracterizaron por la prepotencia y hasta el patoterismo. Las presiones económicas desde el Poder Ejecutivo Nacional a gobernadores de provincias para que se alinearan políticamente, las amenazas a jueces desde el Consejo de la Magistratura, el envío de patrulleros a la casa de una jueza que incomodó al Gobierno, y el sometimiento a periodistas y medios de comunicación no complacientes con el oficialismo al escarnio público estuvieron a la orden del día.
Frente a la estrategia oficial de seguir construyendo poder mediante el engaño y el miedo, será fundamental que quienes se hallan empeñados en luchar por la preservación de los valores republicanos hoy amenazados se unan y no duden en denunciar con coraje cívico todo atropello autoritario.
Los que luchan por preservar los valores republicanos amenazados deberán unirse y denunciar todo atropello autoritario
El doble discurso y el falseamiento de las estadísticas han estado con frecuencia entre las herramientas predilectas del gobierno kirchnerista para captar adhesiones y sumar poder.
Abundan los ejemplos de estas prácticas a lo largo de los últimos años. Alguna vez, por ejemplo, la presidenta Cristina Kirchner, al justificar su reforma previsional, insistió en que se buscaba "proteger" a los aportantes a las AFJP de los malos manejos de sus fondos jubilatorios por éstas. Ocultó, entonces, que el Estado obligaba a las administradoras a que tuvieran en sus carteras títulos públicos ajustables por una variable, como el costo de vida, manipulada hacia abajo por ese auténtico instituto nacional de la mentira en que se transformó el Indec.
Es difícil creer una sola palabra de nuestros gobernantes cuando el descaro para adulterar las estadísticas oficiales del país es tan evidente y es, al mismo tiempo, legitimado desde lo más alto del poder político.
El colmo se produjo pocos días atrás, cuando se descubrió que en el organismo nacional de estadísticas se habían borrado las subas salariales producidas en el sector privado formal durante la presidencia de Eduardo Duhalde, aparentemente para simular mayores logros de su sucesor, Néstor Kirchner.
Quienes hoy conducen los destinos del país desde la Casa Rosada han hablado a menudo de la importancia del federalismo, pero pocas veces se asistió a una tan grande concentración de recursos en manos del gobierno nacional que no se coparticipan con las provincias. También han hecho de los derechos humanos y de la lucha contra la impunidad una bandera, pero se preocuparon por dejar fuera de cualquier revisión de nuestro pasado trágico los delitos de lesa humanidad contra la población, que llevaron a cabo guerrilleros que hoy gozan del apoyo oficial.
Las flagrantes mentiras acerca de los fondos de Santa Cruz y las vinculadas con otros sonados casos de corrupción, como el de las valijas venezolanas, son lo suficientemente graves como para desacreditar a un gobernante.
Sin embargo, entre los ejemplos de dobles discursos como instrumento central en el proceso de acumulación de poder, hay uno que depara las mayores desilusiones y los peores efectos para el objetivo de constituir la unión nacional que predica el Preámbulo de nuestra Constitución. Es la aparente vocación que el matrimonio presidencial dice sentir por el diálogo y la discusión de ideas, tal vez una de las mayores muestras de hipocresía política de las que hayamos sido testigos en los últimos tiempos.
El diálogo y la discusión de ideas jamás pueden darse en un gobierno que ha considerado al principio de división de poderes como un obstáculo burocrático para la tarea de gobernar, y que nunca ha demostrado capacidad para la búsqueda de consensos y la formación de políticas de Estado.
Frente al veredicto de las urnas registrado el 28 de junio de 2009, en el que la mayoría de los ciudadanos rechazó un estilo signado por la crispación y reclamó un reencuentro de los argentinos, los Kirchner no sólo desoyeron ese pronunciamiento popular, sino que reafirmaron sus peores vicios con la insólita argumentación de que la gente votó a favor de "la profundización del modelo".
Lo cierto es que, después de la lección de las urnas y de las tristes enseñanzas que dejó el prolongado conflicto entre el Gobierno y el campo, la pareja gobernante profundizó lo peor del modelo.
El abuso de poder y la provocación fueron una constante desde entonces. Apartarse del discurso único del oficialismo pasó a ser "destituyente". La fundada sospecha de que los teléfonos y los e-mails de muchos puedan ser intervenidos desde el poder central pasó a ser habitual, como lo admitió el ex jefe de Gabinete de Néstor Kirchner, Alberto Fernández. La presunción de que la información sobre cada ciudadano medianamente influyente que cuestiona las políticas gubernamentales pasó a engrosar carpetas que los organismos de inteligencia oficiales tienen listas para usar como una forma de presión es mucho más que una sensación.
El afán intervencionista en la economía dio lugar a toda clase de arbitrariedades por parte de organismos de regulación y control, de presiones y hasta de amenazas personales contra hombres de empresa, que en ciertos casos se caracterizaron por la prepotencia y hasta el patoterismo. Las presiones económicas desde el Poder Ejecutivo Nacional a gobernadores de provincias para que se alinearan políticamente, las amenazas a jueces desde el Consejo de la Magistratura, el envío de patrulleros a la casa de una jueza que incomodó al Gobierno, y el sometimiento a periodistas y medios de comunicación no complacientes con el oficialismo al escarnio público estuvieron a la orden del día.
Frente a la estrategia oficial de seguir construyendo poder mediante el engaño y el miedo, será fundamental que quienes se hallan empeñados en luchar por la preservación de los valores republicanos hoy amenazados se unan y no duden en denunciar con coraje cívico todo atropello autoritario.
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